Cometimos el error de pensar que podíamos reparar nuestro matrimonio por nosotros mismos y eso nos llevó a un camino sin salida. Muy pronto descubrimos que era imposible y cuando perdimos la esperanza en nosotros mismos fue que entendimos que teníamos que ponerla en alguien superior: en Cristo. Este reenfoque nos permitió entender que la misma buena noticia que nos salvó, también traería orden, no solo a nuestra relación con Dios, sino también a nuestra relación como esposos.